En un país, Japón, sin grandes batallas, cualquier incidente era
susceptible de trascender como hazaña. Es lo que sucedió con la venganza
de los 47 rōnin, una de las grandes gestas protagonizadas por samurais del periodo Edo.
Su señor, Asano Naganori, había sido condenado a seppuku o suicidio ritual tras atacar a Kira Yoshinaka, maestro de ceremonias del sogún en el castillo de Edo.
Ante esto, sus vasallos urdieron cuidadosamente un plan de venganza y asaltaron la mansión de Kira en enero de 1703, para darle muerte a él y a varios de sus sirvientes.
Los 47 rōnin fueron condenados a muerte y, a pesar de la ilegalidad de su acción, se les concedió el privilegio de morir por seppuku. Japón así los convirtió en héroes nacionales,
y aún hoy sus tumbas en el templo de Sengakuji (Tokio) reciben homenaje
anual.
Pero, por más que su historia se haya idealizado, actuaron
contra la ley en defensa de su señor, que había cometido un delito
intolerable –desenfundar la espada en la morada del sogún– y que además
había atacado a su adversario por la espalda.
En realidad, los 47 esperaron hasta el último momento obtener el
perdón de la Justicia y la restauración de la casa de Asano, de la que a
la postre dependía su supervivencia, y eludir así la pena de muerte. La
cultura popular, necesitada de héroes en un tiempo de paz, los
convirtió en leyenda. Pero una vez más el mito disfraza una realidad con más sombras que luces.
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1 comentario:
Me ha gustado mucho. Gracias.
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