lunes, 3 de marzo de 2014

El secuestro del cadáver de Charles Chaplin

No era la primera vez que ocurría. El cadáver de Mussolini fue robado y estuvo desaparecido varios años. Lo mismo ocurrió con los restos de María Callas, Eva Perón o el general Petain, y lo intentaron también con el mismísimo Elvis Presley poco después de morir. Al gran Charlie Chaplin apenas le dejaron descansar en su tumba un par de meses después de su fallecimiento, la noche de Navidad de 1977, a los 88 años.

En la madrugada del 1 al 2 de marzo de 1978, dos delincuentes entraban en el pequeño cementerio de la localidad suiza de Corsier-sur-Vevey, donde vivía su familia desde hacía unos años, y profanaban la tumba de Chaplin, llevándose el ataúd con sus restos mortales. Ni siquiera habían instalado aún la lápida con el epitafio grabado. Los policías tan solo encontraron el hoyo donde se encontraba enterrado el féretro, huellas de pisadas que se dirigían hacia la puerta del cementerio y, allí, marcas de ruedas de un vehículo.

Esas fueron todas las pistas con las que contó la Policía suiza, cuya primera hipótesis, y a la postre la correcta, fue que los secuestradores tenían el objetivo de pedir un rescate a la familia por los restos de Chaplin. Algo que no resultaba muy descabellado si tenemos en cuenta que la fortuna acumulada tras la herencia, según ABC, ascendía a unos 25 millones de dólares.

Con lo que no contaron los ladrones, dos mecánicos de automóviles de nacionalidad polaca (Roman Joseph Wardas, de 24 años) y búlgara (Gandscho Ganev, de 38), es que la viuda de Chaplin, Oona OŽNeill, lo tenía más que claro: nada de pagar el más mínimo rescate por los restos de su marido. «Charlie lo hubiera encontrado ridículo», aseguró.

Sin embargo, dar con los responsables de «uno de los hechos delictivos más macabros y rocambolescos de los últimos tiempos», como lo describió ABC, no fue tan fácil. La Policía rápidamente difundió una alerta no solo a Suiza, sino a toda Europa, que no dio resultado alguno. Y durante los primeros días no recibieron aviso alguno de los responsables del robo, por lo que la hipótesis del rescate empezó a perder peso: «En realidad, nadie sabe lo que se encuentra detrás del robo, pero no parece un intento de pedir un rescate», comunicó un portavoz de la familia de Chaplin.

Tras los primeros días, sin embargo, OŽNeill comenzó a recibir llamadas telefónicas de Wardas y Ganev exigiendo cifras desorbitantes por los restos del cómico. La primera ascendía a 600.000 dólares, después fue rebajada a 600.000 francos suizos y, posteriormente, a 500.000, llegándole a enviar fotos que probaban que el cadáver de Chaplin estaba en su poder. Pero se notaba que los delincuentes no eran unos profesionales en esto de la extorsión.

Tras una serie de amenazas de muerte a la familia, Oona OŽNeill aceptó colaborar en las investigaciones de la Policía, permitiendo que pincharan la línea telefónica del castillo donde vivía con alguno de sus hijos (Geraldine Chaplin, que residía en Madrid con su pareja de entonces, el director Carlos Saura, aseguró que se enteró del robo del cadáver de su padre por la prensa).

El 16 de mayo, OŽNeill informó a la Policía que los secuestradores iban a llamarla de nuevo para obtener una respuesta definitiva, por lo que se instaló un equipo de vigilancia sobre 200 teléfonos públicos de la ciudad de Lausanne y sus alrededores. Un movimiento eficaz que dio inmediatamente con Wardas en una de las cabinas y horas más tarde con Ganev. Tras las confesiones, la Policía pudo recuperar el ataúd y el cadáver enterrados a pocos kilómetros del cementerio de Corsier-sur-Vevey, donde había sido robado.

Durante el juicio, Wardar confesó que la «original» idea de robar el cadáver de Chaplin se le ocurrió por asociación de ideas, al leer en la prensa la noticia de que la Policía italiana había recuperado en Bari el ataúd y el cuerpo sin vida de Salvatore Matarrese, padre de un importante senador. Luego convenció a Ganev, huido de Bulgaria, de que participara en el robo. Ambos extrajeron el ataúd del cómico de más de 120 kilos y lo subieron al vehículo. Y, por último, lo trasladaron hasta la cercana población de Neville, donde, en el centro de un enorme campo de maíz, lo volvieron a sepultar.

Esta rocambolesca historia fue como la última escena de una vida de película... y «el único genio de la industria del cine», uno de los «actores más célebres de todos los tiempos», como le definieron alguno de sus colegas, descansó por fin en paz.  

http://abc.es


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