El origen del croissant, un bollo con forma de media luna, se remonta a la Viena del siglo XVII. Según la tradición,
en el segundo sitio de la capital austriaca por los turcos, los
panaderos, que trabajaban por la noche, oyeron cómo los enemigos
excavaban un túnel para entrar en la ciudad y dieron la alarma.
Esto
permitió que los vieneses abortaran el asalto. Tras la derrota turca, el
rey de Polonia y Lituania Juan III Sobiesky encargó a los panaderos la
elaboración de unos panecillos con la forma del emblema de los turcos –la media luna– que inmortalizaran la victoria.
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