A lo largo de la historia de España han quedado algunos crímenes pendientes de resolver. Repasamos tres de lo más intrigantes.
La muerte de Francisco Pizarro
Siempre se ha sabido que Francisco Pizarro murió igual que vivió, espada en mano. Analfabeto y porquero en la juventud, su fuerte tesón le permitió conquistar uno de los mayores imperios que el mundo haya conocido: el Inca. Sin embargo, la codicia le enzarzó en luchas internas con algunos de sus antiguos compañeros de armas. Fueron los mismos que, según las crónicas, le emboscaron en su residencia peruana, asesinándolo en la noche del 26 de junio de 1541 “de una estocada en el cuello”.
Y esa fue la versión oficial hasta 1984, año en el que un equipo de antropólogos forenses examinó sus restos, demostrando que Pizarro no había muerto de una única estocada, sino de hasta cuatro mortales de necesidad que llegaron a seccionarle varias vértebras y a partirle por la mitad la médula espinal. También el abdomen y algunas costillas mostraban signos de heridas de espada, así como las manos y los brazos del esqueleto.
Quedaba patente que Pizarro tuvo una muerte terrible y muy dolorosa, que pidió clemencia en algún momento de la lucha y que, por supuesto, no le abatió un único atacante. Es más, el análisis demostró que los asesinos mojaron sus espadas en la sangre de Pizarro, como muchos siglos atrás hicieran sus ejecutores con el cadáver de Julio César. Con aquel examen se esclarecieron muchos interrogantes, pero surgieron nuevas preguntas. Porque si las crónicas indican que los asaltantes fueron siete y que varios de ellos murieron en la refriega con los partidarios de Pizarro, antes de que éste diese la cara, entonces, ¿de dónde proceden las numerosas heridas visibles en su esqueleto? ¿No serían seguramente bastantes más que siete? Y en ese supuesto, ¿cuáles eran sus nombres?
El misterio Galíndez
El 12 de marzo de 1956 tenía lugar una de las desapariciones más misteriosas de la historia contemporánea de nuestro país. Ese día, el español Jesús de Galíndez –profesor de la Universidad de Columbia y delegado del PNV en el Gobierno Vasco del exilio– desapareció de su residencia en Nueva York (EE UU) sin dejar rastro.
El hecho quizá no hubiera tenido mayor trascendencia de no ser porque Galíndez trabajaba para la Federación de Sociedades y había ayudado con anterioridad a la CIA y al FBI en su lucha contra los nazis, primero, y contra el franquismo, después. De la investigación se encargó el FBI, que sin embargo jamás logró dar con el paradero de Galíndez, declarándole legalmente fallecido el 30 de agosto de 1963. Sin embargo, los investigadores dieron con una buena pista que les llevó hasta el entonces dictador de la República Dominicana, Rafael Leónidas Trujillo. Sabido era que Galíndez había residido durante unos años en ese país, donde ejerció como profesor de Derecho y como destacado activista contra la dictadura. De hecho, estaba a punto de publicar una tesis doctoral titulada La era de Trujillo: un estudio casuístico de dictadura hispanoamericana. En sus 700 páginas se denunciaba el régimen del dictador dominicano y, lo más desestabilizador, se ponía de manifiesto que su hijo Ramfis no era biológico.
Según el FBI, Trujillo ordenó su secuestro y posterior asesinato para que esta investigación no saliera a la luz. Sin embargo, los cientos de interrogatorios efectuados nunca pudieron demostrar con datos la participación directa del dictador.
Intrigas en el Palacio de Felipe II
Está claro que, como el de Pizarro, algunos episodios de nuestra historia deben ser revisados. Es el caso de la muerte de Juan de Escobedo, cuyo asesinato en la noche del 31 de marzo de 1578 comprometió al propio monarca Felipe II, envolviéndole en una maraña de intrigas palaciegas y secretos de alcoba.
Juan de Escobedo, secretario personal del entonces gobernador de los Países Bajos y hermanastro del rey, don Juan de Austria, fue asaltado hacia las 21.00 horas del mencionado día en la madrileña calle Mayor por seis individuos que le dieron muerte a cuchilladas. Pero, ¿por qué? Demostrado queda que Escobedo había sido nombrado secretario personal de don Juan de Austria, con la secreta misión de espiar sus movimientos. Sin embargo, lejos de seguir las indicaciones, Escobedo se convirtió en su principal defensor y, a partir de aquí, los historiadores ya no se ponen de acuerdo.
Para algunos, la muerte fue ordenada por el secretario personal del rey, Antonio Pérez, al descubrir Escobedo que éste se enriquecía robando a las arcas públicas. Para otros, lo que realmente averiguó es que Pérez era amante de Ana Mendoza y de la Cerda, la controvertida princesa de Éboli, a su vez también supuesta amante de Felipe II. Tanto en uno como en otro caso, lo descubierto comprometía seriamente el futuro político de Pérez. Y aún queda otra posibilidad: que la orden de ejecutarlo partiera del propio Felipe II. De hecho, en la época se habló de la existencia de varias cartas que reflejaban los planes de Escobedo y don Juan para invadir Inglaterra a espaldas del rey, con el deseo de formar un Estado propio.
Sea como fuere, tras su muerte nadie hizo nada por esclarecer el crimen. Fue Antonio Pérez quien cargó con todas las sospechas, teniendo que exiliarse a Francia para eludir una posible pena capital. Y ni siquiera así Felipe II se atrevió a denunciarle en público, ya que el antiguo secretario estaba en posesión de documentos comprometedores para la Corona española... y quizá de algún que otro secreto aún más oscuro.
La muerte de Francisco Pizarro
Siempre se ha sabido que Francisco Pizarro murió igual que vivió, espada en mano. Analfabeto y porquero en la juventud, su fuerte tesón le permitió conquistar uno de los mayores imperios que el mundo haya conocido: el Inca. Sin embargo, la codicia le enzarzó en luchas internas con algunos de sus antiguos compañeros de armas. Fueron los mismos que, según las crónicas, le emboscaron en su residencia peruana, asesinándolo en la noche del 26 de junio de 1541 “de una estocada en el cuello”.
Y esa fue la versión oficial hasta 1984, año en el que un equipo de antropólogos forenses examinó sus restos, demostrando que Pizarro no había muerto de una única estocada, sino de hasta cuatro mortales de necesidad que llegaron a seccionarle varias vértebras y a partirle por la mitad la médula espinal. También el abdomen y algunas costillas mostraban signos de heridas de espada, así como las manos y los brazos del esqueleto.
Quedaba patente que Pizarro tuvo una muerte terrible y muy dolorosa, que pidió clemencia en algún momento de la lucha y que, por supuesto, no le abatió un único atacante. Es más, el análisis demostró que los asesinos mojaron sus espadas en la sangre de Pizarro, como muchos siglos atrás hicieran sus ejecutores con el cadáver de Julio César. Con aquel examen se esclarecieron muchos interrogantes, pero surgieron nuevas preguntas. Porque si las crónicas indican que los asaltantes fueron siete y que varios de ellos murieron en la refriega con los partidarios de Pizarro, antes de que éste diese la cara, entonces, ¿de dónde proceden las numerosas heridas visibles en su esqueleto? ¿No serían seguramente bastantes más que siete? Y en ese supuesto, ¿cuáles eran sus nombres?
El misterio Galíndez
El 12 de marzo de 1956 tenía lugar una de las desapariciones más misteriosas de la historia contemporánea de nuestro país. Ese día, el español Jesús de Galíndez –profesor de la Universidad de Columbia y delegado del PNV en el Gobierno Vasco del exilio– desapareció de su residencia en Nueva York (EE UU) sin dejar rastro.
El hecho quizá no hubiera tenido mayor trascendencia de no ser porque Galíndez trabajaba para la Federación de Sociedades y había ayudado con anterioridad a la CIA y al FBI en su lucha contra los nazis, primero, y contra el franquismo, después. De la investigación se encargó el FBI, que sin embargo jamás logró dar con el paradero de Galíndez, declarándole legalmente fallecido el 30 de agosto de 1963. Sin embargo, los investigadores dieron con una buena pista que les llevó hasta el entonces dictador de la República Dominicana, Rafael Leónidas Trujillo. Sabido era que Galíndez había residido durante unos años en ese país, donde ejerció como profesor de Derecho y como destacado activista contra la dictadura. De hecho, estaba a punto de publicar una tesis doctoral titulada La era de Trujillo: un estudio casuístico de dictadura hispanoamericana. En sus 700 páginas se denunciaba el régimen del dictador dominicano y, lo más desestabilizador, se ponía de manifiesto que su hijo Ramfis no era biológico.
Según el FBI, Trujillo ordenó su secuestro y posterior asesinato para que esta investigación no saliera a la luz. Sin embargo, los cientos de interrogatorios efectuados nunca pudieron demostrar con datos la participación directa del dictador.
Intrigas en el Palacio de Felipe II
Está claro que, como el de Pizarro, algunos episodios de nuestra historia deben ser revisados. Es el caso de la muerte de Juan de Escobedo, cuyo asesinato en la noche del 31 de marzo de 1578 comprometió al propio monarca Felipe II, envolviéndole en una maraña de intrigas palaciegas y secretos de alcoba.
Juan de Escobedo, secretario personal del entonces gobernador de los Países Bajos y hermanastro del rey, don Juan de Austria, fue asaltado hacia las 21.00 horas del mencionado día en la madrileña calle Mayor por seis individuos que le dieron muerte a cuchilladas. Pero, ¿por qué? Demostrado queda que Escobedo había sido nombrado secretario personal de don Juan de Austria, con la secreta misión de espiar sus movimientos. Sin embargo, lejos de seguir las indicaciones, Escobedo se convirtió en su principal defensor y, a partir de aquí, los historiadores ya no se ponen de acuerdo.
Para algunos, la muerte fue ordenada por el secretario personal del rey, Antonio Pérez, al descubrir Escobedo que éste se enriquecía robando a las arcas públicas. Para otros, lo que realmente averiguó es que Pérez era amante de Ana Mendoza y de la Cerda, la controvertida princesa de Éboli, a su vez también supuesta amante de Felipe II. Tanto en uno como en otro caso, lo descubierto comprometía seriamente el futuro político de Pérez. Y aún queda otra posibilidad: que la orden de ejecutarlo partiera del propio Felipe II. De hecho, en la época se habló de la existencia de varias cartas que reflejaban los planes de Escobedo y don Juan para invadir Inglaterra a espaldas del rey, con el deseo de formar un Estado propio.
Sea como fuere, tras su muerte nadie hizo nada por esclarecer el crimen. Fue Antonio Pérez quien cargó con todas las sospechas, teniendo que exiliarse a Francia para eludir una posible pena capital. Y ni siquiera así Felipe II se atrevió a denunciarle en público, ya que el antiguo secretario estaba en posesión de documentos comprometedores para la Corona española... y quizá de algún que otro secreto aún más oscuro.
http://www.muyinteresante.es
6 comentarios:
Hay muchísimas cosas de las que nunca se sabrá la verdad.
...o la taparán todo lo que puedan.
a mi me desaparecio una vez un cenicero metalico tipo platillo volante de 25 centimetros de diametro en un espacio de tan solo 18 metros cuadrado y tardo dos años en aparecer el jodio. Aun lo tengo.
hay que aplicar estas cuestiones a la historia.
saludos, interesante cmo es habitual en vos.
pedro..a mi me paso lo miso con una caja de tabaco en la oficina...de la mesa de mi compañera..no se ..debe haber un triangulo de las bermudas por aki....
me encantan estas historias!!!
besitos grandes desde el bulevar
Acabo de encontrar este blog y te felicito, me ha gustado mucho. te sigo.
ke interesante, estas cosas enganxan.
salu2 rr
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