Conocidos por los antiguos egipcios e identificados por Avicena en el siglo XI como causa de muerte, los anquilostomas son gusanos que parasitan el intestino delgado y se alimentan de sangre.
Su voracidad da origen a una enfermedad silenciosa, pero muchas veces mortal. Aunque no se sabe con exactitud cuál es la distribución global de estos parásitos, un estudio en PLOS Medicine estima que el Ancylostoma duodenale, presente en la zona del Mediterráneo, y Necator americanus, su pariente más común, parasitan 740 millones de personas.
El contagio tiene lugar en zonas contaminadas con excrementos humanos donde abundan las larvas, capaces de perforar la piel de quienes caminen descalzos. Estos ejemplares inmaduros migran por el cuerpo, causando daños en el sistema circulatorio y en los pulmones. Cuando crecen lo suficiente, colonizan el intestino delgado.
Una vez en su hábitat predilecto, las dos citadas especies se alimentan de sangre, lo que provoca la fractura de los glóbulos rojos y la degradación de la hemoglobina. Aunque los síntomas pueden incluir náuseas, dolores abdominales o anemia, la dolencia acostumbra a pasar inadvertida, incluso cuando causa hemorragias intestinales.
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