Pocos insectos resultan tan agradables de ver como la Hymenopus coronatus, más conocida como mantis orquídea. Su singular y poética belleza se debe a su similitud con las Orchidaceae, sus colores brillantes y su impresionante capacidad de mimetismo, ya que la hacen poseedora de un aspecto desconcertante.
Es una auténtica reina del camuflaje, técnica de supervivencia que ha mejorado a lo largo de su evolución. Suelen ser blancas con detalles rosas o amarillos brillantes, aunque pueden encontrarse en cualquiera de los tres colores. De hecho, una mantis de esta especie puede cambiar de color a capricho en cuestión de días dependiendo de la luz, la humedad o el entorno donde pretenda mimetizarse.
Los lóbulos de sus patas imitan a las hojas de las flores, aportándole un aspecto que le permite no ser detectada por depredadores ni por sus futuras presas, a las que caza sin estresarse lo más mínimo. Espera tranquilamente en la rama de un árbol o entre un grupo de inocentes florecillas a que aparezca el almuerzo. Se decanta por insectos polinizadores y de vez en cuando se zampan algún que otro grillo.
La hembra es de mayor tamaño que el macho y también menos asustadiza. Frente a los siete centímetros que puede medir una fémina de la especie, los machos no llegan a sobrepasar los 2,5 cm. En su primer estadio no son tan vistosas, su cabeza es negra y su cuerpo rojizo. Su hábitat natural son las selvas húmedas y cálidas del Sudeste de Asia, donde se camuflan sin ninguna dificultad.
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